Los listillos de nuestros días, esos que dicen estar de vuelta del sitio al que nunca fueron: renegados, oportunistas, reformistas y socialdemócratas de todo tipo, deben comerse las uñas cada vez que vean, oigan o lean lo que está sucediendo en el país vecino desde hace 47 días cuando redacto estas líneas. Una huelga interprofesional indefinida contra la contrarreforma de las pensiones presentada por el gobierno neoliberal de Emmanuel Macron que rompe esquemas preestablecidos. Los de los consensos, pactos y demás triquiñuelas para preservar la “paz social”.

Han pasado tres años ya desde que el 30 de noviembre de 2016 emprendieras un viaje en sentido inverso al que, en enero de 1959, hizo la “Caravana de la Libertad” trayéndonos tu Revolución victoriosa hasta La Habana. Hace ahora 61 años. Un recorrido de unos 1000 kilómetros de distancia entre la capital habanera y Santiago de Cuba, en el que miles de cubanos/as y revolucionarios/as del mundo entero te acompañamos conmovidos/as hasta tu última morada en el cementerio de Santa Ifigenia, donde una sobria y sólida roca recuperada de la mítica Sierra Maestra, y presidida por una sencilla placa de color verde olivo con tu nombre, guarda tus cenizas para la eternidad. Un lugar y una tumba cerca del mausoleo del héroe nacional cubano José Martí, que, con esmero, escogiste tú cuando caíste gravemente enfermo en 2006.

Nada de marear la perdiz. Directo y al grano. Durante muchos años (lustros que parecían siglos) yo desee la peor muerte para el rollizo dictador de voz atiplada; sí, para el que llaman todavía caudillo de España por la graciosa voluntad de un dios particular. La misma deidad y el mismo cabecilla que muchos/as fascistas vindican hoy con impasible ademán. En concreto yo ansié aquel óbito que tanto se hacía esperar desde que por genes y enseñanzas paternas se me abrieron puertas y ventanas por donde poder arrojar miedos, ignorancias y absurdas supersticiones castradoras. Fue a partir de entonces cuando comenzó para mí el principio del fin del túnel.

De entre las capacidades y aptitudes que el sistema de producción capitalista posee para destrozar la entereza del respetable, destaca una particularmente maliciosa desde el punto de vista político: orquestar ilusorias y capciosas consultas electorales. Una práctica política que en periodos de tolerancia el poder burgués enarbola regularmente para transfigurar las realidades en apariencias, tratando de hacer creer, por ejemplo, que el pueblo llano (hoy le llaman ciudadanía) detenta la suprema potestad. Y que, por consiguiente, se hará lo que decida su voluntad. Sin embargo nada es más falso, pues, una vez terminados los saraos electorales y elegidos/as a quienes se autoproclaman “representantes legítimos del pueblo”, éstos/as campan a sus anchas, se despojan de sus máscaras, y defienden, a regañadientes algunos/as y persuadidos/as la mayoría, a quienes les pagan: los siempre insaciables y voraces dueños de los medios de producción, los capitalistas. Y eso, le parezca bien o no a la, a partir de entonces, turbada plebe. Potentados millonarios, por demás, que, a través de sus devotos/as representantes políticos, elaboraron previamente leyes y artimañas para obstaculizar al máximo cualquier posibilidad de victoria electoral de las opciones revolucionarias. Y a ese “juego pérfido”, que nosotros/as llamamos “dictadura del capital”, ellos/as le llaman democracia. Pero no lo es. Aunque muchos/as se lo hayan creído desde hace tiempo, y todavía hoy, con la que está cayendo y la que va a caer, se lo siguen creyendo.

Después de más de 50 años de conflicto armado entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP) y los diferentes gobiernos de Colombia que en ese tiempo se sucedieron, y con más de 250.000 víctimas directas, ambas partes, es decir las FARC-EP y el gobierno de Juan Manuel Santos, decidieron iniciar conversaciones de paz para concluir en un “Acuerdo para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera”. Los encuentros extraoficiales tuvieron lugar en Cuba durante el año 2011, y a partir de ahí, las partes elaboraron una agenda de reuniones y de lugares en que se celebrarían.

Sí, ¿recuerdan lo de “la casta”? Seguro que sí. Era aquella diatriba que utilizaba Pablo Iglesias, líder de Podemos, en tiempos de asaltos y otras andanzas, con el fin de denunciar a la corrupta clase política hispana (“la casta” precisamente) que tenía, y tiene, por misión defender los intereses del capitalismo patrio. Se acuerdan, ¿verdad que sí? Pues bien, aunque haya pasado mucha agua bajo el puente desde entonces, es decir desde que el peculiar dirigente de la formación morada manifestara a grito pelado y en mangas de camisa en “Vistalegre 2014” que había que atracar los espacios celestes, romper consensos y dejar en pelotas a “la casta” que nos maneja, aquel concilio con sus partidarios/as incluidos/as voceando enardecidos/as el “Yes We Can” (“Sí se puede”) de Barack Obama, ha quedado en los anales de la petite historia política de este país como un perfecto arquetipo de cinismo y oportunismo políticos.

 

Señoras y señores, mesdames et messieurs, ladys and gentleman, acabamos de asistir por partida triple, y en algunos casos hasta por cuádruple lance, al gran circo electoral que el capitalismo organiza periódicamente para convencer al pueblo (¡Uy!, perdonen, quise decir ciudadanía) de que, aunque a veces “las cosas” vayan mal, siempre tenemos la posibilidad de mejorarlas introduciendo un papelito en una urna cada equis años, y así poder elegir al partido político más idóneo para realizar la loable tarea. Sí, porque aquí no hay partido único, no. Aquí, en España, y no sólo en este país bellacos dictadorzuelos, aquí se elige de manera fetén, sí, sí, muy fetén.

Hace unas semanas, en plena campaña electoral por las legislativas, un miembro del gobierno en funciones de Pedro Sánchez, José Guirao, ministro de Cultura y candidato del PSOE al Congreso por Almería, manifestaba que el mayor reto al que nos enfrentamos reside en “impedir que siga empollando el huevo de la serpiente del fascismo”. ¿Cómo es posible entonces que lo que Jorge Dimitrov (dirigente de la IIIª Internacional) define como “la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, chovinistas e imperialistas del capital financiero” sea enarbolada por esos socialdemócratas - en el caso de Venezuela – como el banderín de enganche en defensa de la democracia?

Desde que el 23 de enero, día en el que en medio de una plaza de Caracas y subido en un banco destartalado el pelele Juan Guaidó se autoproclamó “presidente encargado” (¿?) de la República Bolivariana de Venezuela, han transcurrido – hasta el momento en que redacto esta crónica - más de dos meses. Exactamente 74 días con sus respectivas noches. Desde entonces, en nuestro país, que por boca de su presidente del gobierno reconoció rápidamente al golpista venezolano amamantado por el Tío Sam, se han oído tantos disparates, estupideces y mentiras que, además de dar ganas de llorar, uno/a se pregunta si nos toman por imbéciles.

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