Más allá de los alarmantes  primeros números que se van haciendo públicos de la quiebra del Banco Popular que sitúan el agujero en torno a los 7.000 millones de euros y al hecho de que los días previos sus cajeros no entregaran efectivo por falta absoluta de liquidez, podemos hablar de los 35.000 millones de  exposición al riesgo del ladrillo que acumulaba en su balance o de para qué sirven los test de estrés del BCE o, incluso, de cómo es posible que hayan desaparecido en pocas semanas los  1.000 millones que valían sus acciones.  Podríamos hablar de todo ello y por mucho que afináramos nos sería muy difícil no repetir los datos que vamos conociendo  o los argumentos usados una y otra vez en la prensa.  Pero como, justamente eso es lo que no queremos hacer, hablaremos de las enseñanzas políticas que, en lo inmediato, nos ofrece la muerte de uno de los antiguos siete grandes de la banca española.

Fruto del marcado carácter parasitario y de “cortador de cupones” del retrasado capitalismo español, el gran capital financiero que sustanció el desarrollo económico del franquismo tuvo su máxima expresión en la banca.  Sin su concurso, sin el compromiso de las siete grandes  entidades financieras del franquismo con el cambio de la base material española para modernizarla,  internacionalizándola  e insertándola en la Comunidad Económica Europa (hoy UE), no hubiera sido posible la Transición y el capitalismo español hubiera perdido el carro de la historia vestido de hidalgo rentista.   Fue la banca, el sector más avanzado y capitalizado de la economía española, la que, en gran medida, impuso a falangistas, militares y demás gentes de mal vivir y pocas ganas de trabajar, las condiciones del cambio político necesario para, sin modificar su posición dominante, dar los pasos necesarios para actualizar la base material que le garantizara la continuidad de nuevas décadas de inmensos beneficios.

Y a eso jugó la monarquía, el PCE, los sindicatos, la patronal, el ejército…hasta que el invento se agotó y se hizo necesaria una 2ª Transición que asegurara una nueva tanda de renovadas décadas de beneficios para la oligarquía española.   Nueva transición que, con sustitución de rey incluida, tiene los cambios en la superestructura que ya hemos comentado sobradamente en UyL, pero que en la infraestructura, en la base material, como no podía ser de otra manera,  también tiene sus profundos cambios.

No se trata sólo de un banco menos;  la muerte del Popular, además de expresar la gravedad de la realidad económica española y  la mentira de su recuperación definitiva, significa la imparable y definitiva decadencia económica y social de la pequeña y mediana burguesía española.  Sectores sociales anteriormente solventes y dinámicos que, en el avance económico capitalista en su recorrido imperialista de concentración de capitales, no encuentran su espacio y ante la exposición a un mercado en el que hace ya muchos años que desapareció la libre competencia, solo les queda morir o ser absorbidos.

La oligarquía que ya hoy protagoniza la 2ª Transición  tiene  muy poco que ver  con la que dio luz a la 1ª.   Su foto, cambiada y concentrada, ocupa la totalidad de los sectores económicos, pues  nada se escapa a su participación y control.  Construcción, banca, seguros, transporte, energía, distribución, agricultura, química…todo está en las mismas pocas manos de un capital profundamente internacionalizado y al que, no solo le sobran la pequeña y mediana burguesía, sino que necesita robarle todo y proletarizarla.  La quiebra del Popular es expresión de como de un día para otro, el gran capital financiero, representado en este caso por el Santander, reduce a la nada los activos de miles de accionistas de origen pequeño burgués la mayoría de ellos y se queda con todo su patrimonio.

Dirán que es la inexorable ley del desarrollo del capitalismo; es cierto, pero no por ello deja de ser un atraco a mano armada.   Es la realidad del capitalismo es su última fase de desarrollo y esa debiera ser la lección que aprendieran sus víctimas para, de una vez por todas, cambiar la posición estratégica de su ser social y unirlo al de la clase obrera.

Una vez más son ellos -la oligarquía- o nosotros -la clase obrera-, sin que haya espacio para sectores sociales intermedios.  Esa es la verdadera lección de la quiebra del Popular.

Julio Díaz

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