La heroica acción que el Eje de la Resistencia realizó el pasado 7 de octubre y su impacto posterior, que ha conseguido llevar la lucha del pueblo palestino al centro de la lucha de clases mundial, ha vuelto a poner de actualidad la cuestión de la lucha armada como recurso en el proceso de emancipación de los pueblos oprimidos.

Desde las posiciones revolucionarias las formas de lucha se establecen en relación directa con las condiciones concretas de la opresión, con las violencias que se ejercen desde la dictadura de clase que oprime y somete a la clase obrera y a los pueblos. Entendiendo siempre que el estado burgués (en sus diversas variantes históricas) no es otra cosa que la superestructura necesaria para el ejercicio de su dictadura. Y que ello tiene una relación dialéctica vinculada: a más violencia por parte del opresor más se legitima el recurso a la violencia por parte de los oprimidos.

Una organización revolucionaria, por su misma condición, tiene que actuar según los desarrollos concretos de la lucha de clases y la expresión de sus contradicciones. Y tiene que prepararse para todas las condiciones y todas formas de la lucha.

Pero esta cuestión, nada sencilla, tiene que atender también a otra relación dialéctica, que es la relación entre pueblo y vanguardia. Las formas de lucha, y el ejercicio de la violencia que estas conllevan, tienen que desarrollarse de manera en la que nunca se niegue el protagonismo, la participación decisiva, del pueblo en la forma concreta de la respuesta a las violencias de la clase dominante.

La fortaleza del pueblo que sabe interpretar las condiciones concretas de la lucha hace posible las grandes victorias de la lucha revolucionaria, superando siempre lo que el enemigo de clase puede estimar sobre las capacidades de lucha de los destacamentos revolucionarios.

Cuando la burguesía, su fracción monopolística fundamentalmente, tiene una holgada posición de hegemonía en el orden social, las formas de su dictadura de clase adoptan aristas más suaves, la hegemonía conlleva la aceptación alienada del orden social por parte de la clase oprimida, la aceptación de la explotación como algo de sentido común y la misma violencia institucional como garantía de libertades y derechos.

Pero cuando la crisis capitalista se agudiza -expresada hoy en lo fundamental en la caída de la tasa de ganancia y en las pugnas interimperialistas-, y la burguesía comienza a perder su cómoda posición hegemónica, entonces el recurso a las violencias desde el poder burgués se vuelve cada vez más explícito. Ello se expresa aquí en la aplicación cada día más frecuente de la actual Ley Mordaza, en las condenas más severas en los tribunales contra el activismo obrero y en un progresivo proceso de militarización de todos los aspectos de la vida social.

La vanguardia revolucionaria tiene que analizar con el mayor rigor estas tendencias para evaluar sus desarrollos futuros. Tiene que formar a sus cuadros políticos en la comprensión del momento histórico concreto y en las formas de lucha que corresponden. También ha de crear los mecanismos de seguridad de esos cuadros, y las estructuras clandestinas que pueden ser necesarias en un futuro.

Y comprender que cuando se dice que hay que tener preparación para “todas las formas de lucha”, no se excluye ninguna, tampoco la lucha armada contra el opresor en el momento que corresponda.

Pero esta no es una cuestión de mitomanía o izquierdismo infantil. Esto solo se puede implementar en una organización revolucionaria a partir de una intensa fusión de su militancia con el pueblo, para que esas orientaciones conformen una estructura de defensa y respuesta que se ajuste a las necesidades concretas de la lucha de clases. Para defender a la clase obrera, para defender al pueblo, y vencer.

C. Suárez

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