José Bermagín
«La confusión reinante»: este era el título de un artículo que Bergamín publicó en la revista Sábado Gráfico en 1978, a la edad de 83 años. Le valió un proceso judicial y la expulsión de las páginas de la revista. Desde entonces fue vetado en las redacciones de la prensa de «bien». Eran tiempos de remozamiento del franquismo y de acatamiento monárquico en la gran fiesta del consenso. José Bergamín no participó de ese festín, no arrinconó sus convicciones antifascistas y republicanas. Especialmente dolorosa fue para él la ruptura con su antiguo amigo Rafael Alberti cuando el poeta acató la monarquía, lo que consideró una traición injustificable. Un año después se presentó como senador independiente en la candidatura de Izquierda Republicana.
Católico disidente, fundó y dirigió la revista Cruz y Raya desde 1933 a 1936, con el propósito de agrupar a intelectuales católicos defensores de la República. Sufrió un fuerte desgarro personal cuando la Iglesia Católica declaró la Cruzada contra la República, pero su compromiso con la causa republicana fue firme e inequívoco porque pensaba que estar con la República era la única forma de estar con el pueblo español. Animado por este espíritu, fue presidente de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura.
La derrota militar de la República supuso el comienzo de la andanza peregrina de Bergamín, primero en México como presidente de la Junta de Cultura Española, después Venezuela y, más tarde, Francia, regresó a España sin abdicar de su ideología, causando perplejidad entre los franquistas y los republicanos del exilio. En 1963 fue expulsado del país por haber firmado un manifiesto contra la represión de los mineros asturianos (algo que ya había hecho también en 1934). Con 68 años, sin documentación y sin recursos, deambuló como un fantasma y sobrevivió gracias a la ayuda de André Malraux, ingresando en la Ordre des Arts et des Letres, distinción que rechazó años después en solidaridad con los refugiados vascos acosados y perseguidos por el Estado francés.
Bergamín, en 1979 y 1980, el 20 de noviembre cedía su ático en la Plaza de Oriente para la realización de un minucioso reportaje fotográfico de la concentración fascista. Las cámaras y trípodes entraban la tarde anterior en su domicilio y salían a última hora de la tarde del 20N. Esperaba a los jóvenes reporteros con una botella de vino bien fresquita mientras le pedía a Alfredo Grimaldos que le informara de las novedades en el mundo del cante jondo. Así de contradictorio era José Bergamín, gran aficionado a los toros, al flamenco y a los vinos andaluces, que decepcionado por la amnesia programada de la Transición se exilió por tercera vez a Euskal Herria, «el lugar donde no había triunfado la reforma política del franquismo».
En 1982 se instaló definitivamente en Donostia, donde encontró la acogida que le fue denegada en los cenáculos intelectuales y políticos de Madrid. Colaboró en la revista Punto y Hora y en el diario Egin. Denunció la tortura practicada por el Estado español, visitó a los presos políticos e identificó a la izquierda abertzale con la resistencia contra la monarquía borbónica y su corte de los milagros.
Este último exilio le supuso el ostracismo definitivo por parte de una izquierda que, recién arrimada al poder, había arriado todas sus señas de identidad políticas y culturales. No pudieron comprender su insobornable honestidad. Tal vez si hubiesen leído sus aforismos de juventud habrían recordado uno que decía que «existir es pensar y pensar es comprometerse».
Murió en 1983 en Euskal Herria, este inmenso intelectual que existió, pensó y se comprometió.
Andreu García Ribera, Director de El Otro País