Como si se tratase de un viejo edificio afectado por una deficiente construcción, carcomido progresivamente hasta vaciarse por completo, el concepto, ahora ya mito, del estado social de derecho, se desmorona. La Unión Europea, que es su gran valedora, es la más clara demostración de cómo el estado social de derecho se ha convertido sencillamente en estado de derechas, en el que, con una retórica cada vez más desvergonzada y cínica sobre la democracia, la tolerancia y la libertad, se refuerza la homogeneización del pensamiento en torno a los intereses dominantes, la censura, las políticas antiinmigración o la criminalización de las protestas.

Bajo el orden burgués, la democracia está en las antípodas de ser poder popular, es puro elitismo político. El parlamentarismo siempre ha sido el juego de representantes de los diversos intereses de la burguesía, y si alguna vez pudo significar avances sociales en cuanto a participación y justicia social, ahora ya es solo representación, en el más puro sentido teatral. En este sentido, el estado nunca abandonará su sentido de clase porque el poder de una clase, clan, dinastía, o grupo se basa en su organización, en el estado como aparato de control y dominación, una herramienta humana imprescindible en toda sociedad. Así, todo el formalismo de las instituciones burguesas, sus garantías legales y sus derechos proclamados son únicamente una abstracción con la que encubrir la explotación que impone su verdadera ley, la ley del valor. Lo que fueron los derechos sociales en Europa, muchos o pocos, durante los llamados 30 años gloriosos del capitalismo, fue circunstancial, así como se arrancaron a la patronal, ahora esta los recupera, eso sí, con más ansia dada su situación de crisis general.  

La justicia social y el bienestar que otrora fueron la bandera de la izquierda europea tan bienpensante como a la vez anticomunista, con la que se reclamaba como el mejor modelo de gobernabilidad, que supuestamente permitía la más justa síntesis entre lo social y lo mercantil, entre la libertad y la propiedad, entre los derechos y los deberes, se hundió. Empezó a hacerlo hace tiempo, mucho antes de que se celebrara la caída del muro y el final del socialismo real, ya en la década de los 70, en plena crisis económica, el social-liberalismo fue la melodía que con aires juveniles se hizo con el liderazgo de la izquierda europea. Lo que ocurre ahora, es que la polvareda que levantó al desplomarse se empieza a difuminar, y al hacerlo, va dejando ver más claramente la estructura que realmente ocultaba, el crudo aparato de explotación capitalista que se vale de la política conservadora, elitista, reaccionaria y chovinista, connatural al estado burgués.

La impostura de la socialdemocracia es algo que los y las comunistas ya sabíamos desde hace más de un siglo, no nos debe sorprender, no vamos a caer en esa especie de nostalgia de los que todavía se ensoñan con trajes de pana y modelos escandinavos, de los auténticos creyentes de la socialdemocracia clásica, ese mito vaporoso que mientras se va difuminando en el ambiente sirve para seguir alimentando el gran subterfugio del programa política de la izquierda oficial. La gran derechización de la izquierda oficial se produjo en los años 90, cuando definitivamente todo se vuelve liberal, y toda mención al socialismo es recibida con sorna. Por mucho que ahora quieran hacer sonar como una novedad todo el programa liberal de la colaboración público-privada, con la política del consenso y conciliación con la patronal, con la reforma a la reforma laboral, así como la adopción del civismo y la ciudadanía como nuevo marco de reivindicación política, reclamando los derechos civiles a los colectivos históricamente discriminados por su identidad, obviando así que su identidad se ha fraguado en la lucha de clases. Todo esto, junto con la privatización y desregulación del trabajo, fueron naturalizadas hace ya 30 años por parte de la izquierda oficial.

Luego, a la izquierda de esa izquierda oficial, están los hijos e hijas del social-liberalismo, esa izquierda universitaria y deconstruida que se reclama auténtica porque adopta una pose inconformista y transgresora más propia de un creativo publicitario que de un trabajador de almacén o de hostelería, esa izquierda “auténtica” que desplaza la lucha social de las masas por los sujetos plurales y coloridos. Esa izquierda que por mucho que nos hable de liberarse del dominio blanco y masculino, lo hace desde la gentrificación de los barrios y la uberización del trabajo, desde la explotación cool e inclusiva, abandonado así a la clase obrera y lo que es peor, toda forma de organización política de vanguardia.

Entonces, después de toda esta debacle ideológica que ha supuesto históricamente el reformismo para la clase obrera, después de todo el anticomunismo vertido y de todo abandono de las posiciones de clase, cuando la UE muestra su rostro violento de bestia parda, que dado el nivel de descomposición de la formación dominante se muestra desencajado y con mirada desorbitada. Cuando las palabras y los hechos, y los discursos y las calles se llenan del extrañamiento y el odio de las masas vulgarizadas por la miseria material y moral que los aliena y los convierte en el ejército de la patronal. Entonces, la izquierda, la oficial y su izquierda que también es oficial, vuelven a sacar sus mitos políticos y nos piden unión frente a la ultraderecha, frente al populismo, frente al euroescepticismo, frente a la ola de reacción que quiere acabar con los derechos y de la democracia.

Ahora bien, esta unidad que reclaman no es la del antagonista, no es la que se encamina hacia el antiimperialismo, es la que continúa deslizándose hacia la retórica hueca que camufla a la formación dominante, es la que quiere absorber toda lucha dentro de las posiciones de la OTAN y de la UE. No es realmente unidad, es conformidad con el imperialismo y su agenda de guerra, y por tanto, es someter la luchas a un programa político que se reclama social y europeísta, pero que es capaz de llegar alianzas estables con neofascistas como Meloni, o con regímenes feudales como el saudita, de seguir defendiendo el intervencionismo militar, los golpes de estado y el neocolonialismo para velar por los intereses de la formación dominante del imperialismo que es el capitalismo occidental que es lo que verdaderamente representa a la UE.


Es por ello necesario empezar a levantar una alternativa coherentemente revolucionaria. Para ello es necesario organizarse, pero el 9 de junio respaldarla con tu voto a la candidatura PCPE-PCPC en estas elecciones europeas.

Eduardo Uvedoble

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