Cuando en los años sesenta y setenta – quizá los mejores de mi vida - las neuronas y las hormonas hervían en mi organismo, yo gritaba con odio en las entrañas ¡Yankee Go Home! (¡Yanqui vete a casa!). Por aquel entonces Vietnam se desangraba por los cuatro costados en una guerra atroz. Un conflicto bélico que comenzó en 1946 con Francia como potencia colonial, y que, tras su colosal derrota en Dien Bien Phu en 1954, lo continuó el imperialismo norteamericano después de orquestar una infame y simulada altercación en el golfo de Tonkín, el 2 de agosto de 1964. Una intervención militar masiva en aquel país del sudeste asiático que ocasionó hasta abril de 1975, fecha en que aumentadas dosis de jarabe vietnamita acabaron con la invasión yanqui, más de 2 millones de muertos, entre ellos 58.000 estadounidenses; pero también un espantosa guerra bacteriológica y un terrible desastre medioambiental (“Operación Ranch Hand”), cuyas dolorosas secuelas persisten todavía en la patria de Ho Chi Minh. Mejor recordarlo en estos días.

 

Nuestra sede en Alicante ha sido y es punto de encuentro de diferentes colectivos populares de lucha, contracultura y sindicalismo de clase, que junto a las actividades celulares marcan durante el año las fechas importantes del calendario obrero hasta que la alerta sanitaria nos lo ha permitido.

Cada enero hemos convocado a actos como el roscón antimonárquico de mano de las y los jóvenes. Marzo trae el feminismo de clase contando con la intervención de compañeras en lucha de todo el Estado Español.

En abril realizamos actos en torno a la memoria histórica en una ciudad tan marcada por los horrores de la dictadura fascista.

El histórico 1º de mayo es punto de encuentro de diversas formaciones políticas y capas populares y durante el periodo estival hemos procurado tener diversas actividades lúdicas que nos permitan un ambiente camaraderil y solidario.

Existen sucesos tan evidentes y manifiestos, que desplazarse a La Sorbona para intentar comprenderlos es, además de oneroso, una solemne estupidez. Me refiero a las graves consecuencias de la jodida pandemia en el capitalismo. Unos efectos que los gobiernos capitalistas del mundo entero, cuando el Coronavirus apareció por primera vez en la República Popular China, intentaron camuflar miserablemente. ¿Recuerdan?, eran los días aciagos de principios del remoto 2020, aquellos en los que desde “el país de las maravillas” el fascista Donald Trump prescribía a sus súbditos engullir lejía para evitar al maléfico microbio; y en los que en España se propagaba astutamente el peculiar diagnóstico de que lo que se avecinaba era como un molesto resfriado, pero con más mala leche. Evidentemente, con tamañas medidas preventivas y tan rigurosos análisis científico, pero sobre todo ante una sanidad pública vilipendiada, privatizada a marchas forzadas y cercenada de servicios y efectivos, la cruel pandemia halló terreno fértil para multiplicarse y así poder asesinar cómodamente. En el mundo, hoy, a casi 6 millones de personas; en la edificante Unión Europea, a más de 600.000; y en la casa del déspota uncle Sam, líder impepinable e insuperable del ranking mundial de exterminados, a casi 900.000 seres humanos cuando escribo estas líneas.

En el comienzo fue la luz. Es decir, Pablo Iglesias, Podemos y Cía. El mundo iba a cambiar de base. ¿Los nada de ayer todo iban a ser? Sí, muchos lo aseguraron en plazas repletas de manos danzarinas. Se asaltaría el cielo al grito pelado de ¡Sí podemos! Y todos estremecieron con frenesí. Se acabaría para siempre la casta de los que viven del cuento, las “puertas giratorias” de los ex altos cargos gubernamentales, la gangrenosa corrupción que corroe las entrañas del Estado. Y lo creyeron a pies juntillas. También se derogaría la reforma laboral, la “ley mordaza”; se tomarían medidas para consolidar y reforzar la sanidad pública, la educación, las pensiones; se decretaría el “stop desahucios”, y por fin elegiríamos entre República y Monarquía. ¡Coño!, el no va más. Hablaron incluso - al parecer seriamente – de condenar oficialmente al franquismo y sus crímenes de lesa humanidad. ¡Ah!, y de una “Ley de Memoria Histórica” que contemplara, de una vez por todas, verdad, justicia y reparación para todas las víctimas de aquel régimen abyecto y genocida.

 

“¿Quieres que te cuente el cuento recuento que nunca se acaba?”, me preguntaban, burlonamente, mis amigos cuando de pequeños jugábamos para pasar el rato. Independientemente de que yo les respondiera sí o no, ellos volvían a la carga y me contestaban con socarronería: “¡pero si yo no digo ni que sí ni que no!, lo que digo, es que si quieres que te cuente el cuento recuento que nunca se acaba”. Y así, hasta hastiarme e hincharme los cataplines. Pues bien, eso, exactamente eso (hincharme los cataplines y todo lo demás), es lo que, con algunos lustros más a mis espaldas, me han deparado los farsantes medios de comunicación burgueses cubriendo con empalago y babosería la pomposamente denominada Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26), en su vigesimosexta edición. En esta ocasión celebrada en la ciudad escocesa de Glasgow entre los pasados días 31 de octubre y 12 de noviembre. Una conferencia de mucho “bla,bla,bla” e inoperantes resoluciones. Así, como en el rememorado “cuento de nunca acabar”, pero en este caso compuesta por adultos con mucha chufla y desenvoltura, cerca de 200 representantes de países del mundo entero con algunas excepciones, entre ellas, Cuba, se han dedicado, después de exponer el estado dramático en el que se encuentra el planeta Tierra desde el punto de vista climático, a marear la perdiz (“¡pero si yo no digo ni que sí ni que no!”) hasta casi hacerla desfallecer. Que si el CO2, que si el debilitamiento de la capa de ozono, que si el calentamiento global, que si los combustibles fósiles, etc. Todas estas calamidades - una tras otra - consideradas, además, casi como un “castigo divino”. Sí, una plaga como las diez de la fábula bíblica. O, a lo sumo, como consecuencia de la “incorregible desidia humana”. Y es que, evidentemente, ¿cómo esperar que el pirómano apague el incendio?

Hace un par de años Unidad y Lucha comentó en la sección Travelling la película “Gracias a Dios” del cineasta francés François Ozon. En ella, partiendo de los abusos sexuales cometidos a menores en la diócesis de Lyon (más de 70 niños agredidos y violados por el clérigo Bernard Preynat entre 1980 y 1990), se cuenta el combate ejemplar de tres de sus víctimas, que no pudiendo olvidar después de más de 30 años lo que les pasó cuando de niños estudiaban en colegios católicos privados, deciden crear la asociación “La palabra Liberada” para romper silencios y exigir responsabilidades y justicia a las más altas instancias eclesiásticas del país vecino. Una batalla ardua y arriesgada que hoy ve sus frutos, pues los obispos católicos de Francia, presionados por esa voluntad tenaz de exigir justicia, pidieron en 2018 al vicepresidente del Consejo de Estado francés, Jean-Marc Sauvé, de 72 años de edad, presidir una “Comisión Independiente de Abusos Sexuales en la Iglesia” (Ciase) para investigar los crímenes de pederastia cometidos entre los años 1950 y 2020. Es decir, durante un periodo de 70 años.

Cifras espeluznantes

Las conclusiones del informe que lleva el nombre del alto funcionario galo (elaborado durante más de tres años; de 2.500 páginas, al parecer sin desperdicio ninguno; publicado el pasado 5 de octubre en París y transmitido a la Conferencia de obispos de Francia ese mismo día) son aterradoras y demoledoras. 216.000 menores sufrieron abusos sexuales por parte de curas o religiosos (unos 3.200 según “estimaciones mínimas”), a los que hay que añadir otros 114.000 casos por abusos provocados por laicos que trabajan en medios religiosos, catequesis o centros educativos católicos;  y así hasta llegar a un total de 330.000 víctimas de abusos sexuales durante esas 7 décadas.

Hace un par de años Unidad y Lucha comentó en la sección Travelling la película “Gracias a Dios” del cineasta francés François Ozon. En ella, partiendo de los abusos sexuales cometidos a menores en la diócesis de Lyon (más de 70 niños agredidos y violados por el clérigo Bernard Preynat entre 1980 y 1990), se cuenta el combate ejemplar de tres de sus víctimas, que no pudiendo olvidar después de más de 30 años lo que les pasó cuando de niños estudiaban en colegios católicos privados, deciden crear la asociación “La palabra Liberada” para romper silencios y exigir responsabilidades y justicia a las más altas instancias eclesiásticas del país vecino. Una batalla ardua y arriesgada que hoy ve sus frutos, pues los obispos católicos de Francia, presionados por esa voluntad tenaz de exigir justicia, pidieron en 2018 al vicepresidente del Consejo de Estado francés, Jean-Marc Sauvé, de 72 años de edad, presidir una “Comisión Independiente de Abusos Sexuales en la Iglesia” (Ciase) para investigar los crímenes de pederastia cometidos entre los años 1950 y 2020. Es decir, durante un periodo de 70 años.

Si alguna vez alguien creyó que la infamia, la mentira, la desfachatez y la cara dura de los “grandes” medios de comunicación burgueses habían alcanzado cotas insuperables, se equivocó de cabo a rabo. En ese terreno, como en otros muchos que prueban sin molestarles el cinismo y el carácter expoliador y destructor del sistema capitalista, son inmejorables, únicos. Sí, sí, inimitables. Y esto que digo no es práctica exclusiva hispano-española, es también la de todos los países del planeta Tierra mangoneados por castas que defienden la propiedad privada de los medios de producción y el imperialismo, entendido éste como fase superior del despotismo capitalista. Pero sigamos con la diatriba que me incita. Es como si con el desastre humano ocasionado por la terrible pandemia (casi 5 millones de muertos en todo el mundo; unos 100.000 fallecidos en el Estado español hasta la fecha), debido básicamente a la reducción sostenida en el tiempo de efectivos y servicios sanitarios públicos, “las altas esferas” mediáticas (públicas y privadas), es decir quienes se encargan en el sistema capitalista de idiotizarnos diariamente, hubiesen decidido incrementar los esfuerzos embrutecedores para que, ante el descrédito político endosado con tamaña catástrofe, “la cosa” no se desmadre demasiado.

Por mucho que se empeñen los despreciables medios de comunicación burgueses, a la militancia comunista no nos dan gato por liebre. Nanay de la China. Esta expresión popular del minino y el lepórido, usada para engañar de manera deliberada, viene al caso porque después de la tumultuosa salida presidencial del “hombre del saco”, el republicano Donald Trump, y de la laboriosa, larga y accidentada elección de su rival, el demócrata Joseph Robinette Biden Jr, Joe Biden para los amigos, esos mendaces medios han presentado a este último como el bueno de una infumable película sobre el Tío Sam. Un interminable y aburrido filme de “buenos y malos” que las voces de sus poderosos amos vienen largándonos desde la noche de los tiempos.

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